lunes, 1 de diciembre de 2008

Comunicación de la UMSA tendrá su auditorio
Por: Pablo Peralta

El proyecto costará más de un millón de bolivianos y está financiado por el IDH.

Un auditorio se construirá en lugar de la terraza que se encuentra sobre el cuarto piso del edificio ex INRA, inmueble donde funciona la carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Se prevé que la fase de licitación pública estará concluida a fines de noviembre.

El presupuesto para la edificación es de 1.674.772 bolivianos y está financiado en su totalidad por los recursos provenientes del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) de la gestión 2008.

Las obras comenzarán en el transcurso de los primeros 15 días del mes de diciembre y la entrega, según el Documento Base de Contratación, está prevista en un plazo de 180 días calendario desde el inicio de la construcción.

Esta iniciativa fue promovida por José Bernal, ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UMSA, y por Ramiro Rolque, ex director de carrera, pero se concretó en la gestión de Gabriela Sotomayor cuando fungió como decana, los últimos cuatro meses de 2007.

Sotomayor, directora de Comunicación, explicó que esta construcción no sólo es necesaria sino urgente, debido al deterioro que sufren las paredes de la terraza, descuidadas desde la década del cincuenta. “Es un proyecto de emergencia, un proyecto urgente, porque si no hacemos eso las paredes se van a caer, se pueden caer hacia la calle o se pueden caer hacia el vecino”.

Aclaró, sin embargo, que esta obra no significa renunciar al traslado de la carrera al edificio que está en construcción en el monoblock central, desde 11 de diciembre de 2006. “Sobre todo comunicación tiene que irse allá, porque el edificio se ha construido gracias a comunicación”.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Crónica:

El reto era entrevistar al premio Ortega y Gasset de Fotografía 2008

Encontré a Gervasio Sánchez al otro lado del mundo

Entrevistar al premio Ortega y Gasset de Fotografía 2008 es un sueño para un estudiante de Comunicación de la universidad pública de La Paz. Pero me atreví a soñar y comencé a buscar a través del infinito mundo virtual a Gervasio Sánchez, periodista español, especializado en cubrir historias a largo plazo de las víctimas de los conflictos armados.

Es autor de varios libros. En su carrera periodística, que comenzó en 1984, recibió muchos galardones. El más reciente es el premio Ortega y Gasset de Fotografía 2008 por la imagen Sofía y Alia, que muestra a una mujer con prótesis en las piernas durmiendo en el suelo junto a su pequeña hija.

Sofía Elface nació en Mozambique y a los 11 años una mina antipersonas le mutiló las piernas y se llevó a su hermana María. Ahora tiene 25 años y dos hijos —Leonaldo y Alia—, y su mayor deseo es conseguir trabajo y estudiar medicina. Gervasio la conoce desde que tenía 14 años.

La idea de entrevistar al periodista español nació en el aula del Taller de Prensa, paralelo “C”, a raíz de mi propuesta de escribir un reportaje sobre periodistas free lance o autónomos.

Comencé por buscar en Google y al principio no encontré algún sitio concreto para entablar contacto. Después descubrí algunos de sus artículos publicados en la versión digital de la BBC de Londres; dejé algunos comentarios explicándole mi interés, pero no hubo respuesta.

Opté por enviarle mensajes al sitio web de Vidas Minadas, uno de los proyectos trascendentales en su vida, en el cual trabaja desde 1995. Todos los e-mails que le envié rebotaron y aparecieron en la bandeja de entrada de mi correo electrónico.

No me di por vencido, pero decidí cambiar de estrategia. Comencé a buscar blogs que hablaran de él y del premio Ortega y Gasset que ganó en abril de este año. En esa ocasión Gervasio dio un discurso de interpelación valiente y directo al gobierno de su país que permite la fabricación de minas antipersonas.

Encontré varios blogs, pero sólo dos hablaban de Gervasio como si tuvieran con él un vínculo familiar o amistoso. Aproveché eso y me lancé a enviar correos electrónicos a las dos personas de las cuales, ahora me doy cuenta, dependía mi búsqueda. Les expliqué las razones y me puse a esperar.

Mis deseos, envueltos en un sobre virtual de color esperanza, le llegaron a Rosa Jiménez Cano, periodista del diario español El País. Contestó. “Ya hablé con Gervasio. Ahora mismo está en Camboya y con poca conexión”. Más abajo anotaba una dirección electrónica que llevó por lo alto mi ánimo periodístico. Iba a entrevistar a un gigante del periodismo.

Gervasio Sánchez vive el periodismo las 24 horas del día y la mayor parte de su tiempo está de viaje. Cuando me respondió por primera vez su correo electrónico titulaba “Gervasio desde Camboya” y unas semanas después decía “Gervasio desde Sarajevo”.

Aceptó la entrevista y pidió que la hagamos vía telefónica, cuando él retornara a España. Al leer esas palabras sentí que el recorrido terminaba ahí y que el océano Atlántico, literalmente, se interponía entre él y yo.

Mi economía de estudiante de cuarto año de Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) no me permite pagar un promedio de 4 bolivianos por minuto en una llamada de larga distancia a España, considerando que el salario mínimo nacional en Bolivia es de 570 bolivianos, unos 80 dólares.

Fui sincero y él aceptó que hiciéramos la entrevista por correo electrónico. Pasaron más de dos semanas y ya estaba angustiado. Sin embargo, el 3 de octubre llegó lo esperado: todo el cuestionario respondido y al final su despedida habitual: “un abrazo”. Deje de soñar y comencé a disfrutar de una realidad.
Jóvenes heredan la Fiesta de las Ñatitas
Por: Pablo Peralta

El Arzobispado de La Paz prohibió la celebración de la liturgia durante la Fiesta de las Ñatitas, un ritual pagano de origen desconocido. La Iglesia Católica considera que el culto a los cráneos humanos no es una práctica cristiana y, por ello, debe cambiarse.

Sin embargo, esta moderna extirpación de idolatrías choca con la masificación de una tradición que ya forma parte de la cultura de mucha gente joven que, de una u otra forma, se vinculó con la veneración a las calaveras.

La Fiesta de las Ñatitas se efectúa el 8 de noviembre de cada año, después de Todos Santos. Miles de personas se vuelcan al Cementerio General para que sus calaveras escuchen misa y reciban la bendición católica, pues se cree que así adquirirán atributos mágicos de Dios.

Miriam Huanca tiene 22 años y hace cuatro tiene a Ángela, una calavera que consiguió para sus estudios de Medicina. Desde entonces la lleva cada año al cementerio y cada lunes le enciende velas. “La adquirí para poder estudiar y luego ya me he encariñado con ella. Es como parte de la familia”.

Todos los creyentes tienen una relación familiar con los cráneos y por eso se refieren a ellos por los nombres que les dieron, aunque algunos le dicen “almitas” o “angelitos”, y, los menos, “ñatitas”. Juliana Salas, de unos 24 años, también estudia Medicina y tiene su calavera, y por primera vez presenció el ritual. El año pasado su tía Dionisia llevó a la ñatita para la bendición, pero ahora está de viaje, así que la joven se ocupó de la celebración, pues le preocupa que Karen se enoje con ella.

Juan y Juana son los “angelitos” de Ángela Patricia Mendoza, de 19 años, estudiante de la carrera de Odontología. Ella tiene los cráneos desde hace seis meses, aunque ya sabía de la costumbre porque tenía una tía que lo hacía.

Esa no es la única manera en que la juventud se aproxima a la tradición, sino también por las actividades familiares. Ese es el caso de Nieves Mayta, una joven de 22 años a la que, por primera vez, le tocó llevar a Lenin al camposanto para la liturgia. La costumbre no es extraña para ella, ya que convive con la calavera desde que tiene “uso de razón”.


El cráneo llegó a la casa de Nieves cuando su hermana María Luisa estudiaba Medicina. Fue un regalo que le dieron con la promesa de que sus deseos se cumpliría y que su casa estaría protegida.


La magia que se les atribuye a las ñatitas es la que suma creyentes. Alejandro Fernández Flores, de 20 años, encontró a María cuando hacía su servicio premilitar en el puerto de Chua, a orillas del lago Titicaca, en el departamento de La Paz. “Nos ha escogido… se me ha aparecido, de repente nomás. La he encontrado así en mis pies”, asegura.


Alejandro cuenta que el primer año no se le pasó por la mente llevar la calavera a la celebración del cementerio, pero después María se le presentaba en sueños y le susurraba cuando escuchaba música. Ahora sigue el ritual que “es como su cumpleaños”. “La voy a festejar un poco, vamos a compartir con ella”.

martes, 11 de noviembre de 2008

Las Ñatitas, una fiesta para venerar cráneos humanos


El humo del cigarrillo envuelve a Javier. Él está rodeado de flores, coca, lejía y velas. La gente se le acerca para ofrendarle oraciones en su día. A su lado está su compañera, Sofía, cubierta con pétalos de rosas blancas; mientras Gonzalo Corona, su dueño, abre una cajetilla de L&M Light para hacer fumar a sus dos ñatitas.


“Mientras tenga vida y salud, seguiré bailando la morenada, porque cuando muera qué voy a llevar, solito en la tumba me voy a quedar”, se escuchar cantar. La música y el bullicio de la gente rompen con la tranquilidad del camposanto. Sin los honores del llanto que se suele escuchar en el lugar, la gente instala improvisados altares para las calaveras en una ceremonia que celebra la vida reverenciando a la muerte.


En el Cementerio General de la ciudad de La Paz cada año se realiza la tradicional Fiesta de las Ñatitas, un ritual pagano de veneración a los cráneos humanos que, según la creencia, protegen de todo mal a sus poseedores y a quienes tienen fe en ellos.


Después de la festividad de Todos Santos, el 8 de noviembre, miles de personas se vuelcan al camposanto llevando a sus ñatitas, llamadas así porque les falta la nariz.


Los rayos del sol iluminan el rostro de Marta Rojas, mientras sujeta con devoción a Guadalupe, su calavera. “Ella vive con nosotros 15 años. Es de la familia”, afirma al referirse al cráneo humano que en sueños le dijo su nombre y se mostró como la mujer que era en la vida terrenal.


En el templo del Cementerio General un empleado riega agua bendita. Algunas personas le preguntan si habrá misa. El hombre les responde: “Tiene que leer lo que dice allá” y señala un papel pegado en la pared. La noticia sorprende a los creyentes: “El Arzobispado de La Paz prohíbe dar misa y desconoce la práctica de la ñatitas”.


La liturgia católica se suspendió por primera vez; en años pasados, la Iglesia consentía esta tradición al dar la bendición a los cráneos, aunque aclarando que no se les daba misa, sino que sólo se leían pasajes bíblicos. Los creyentes esperan esta ceremonia para que sus ñatitas reciban la “palabra de Dios” y adquieran atributos divinos.


Algunas lapidas albergan los altares improvisados. Las ñatitas lucen sombreros, gorras y pañoletas. Otras tienen cajas de madera o urnas de cristal. Pero, también les preparan cajones cubiertos con aguayos (tejido indígena de diversos colores) o manteles.


“Las 24 horas tengo que festejarle su día a mi Martín Cirilo”, dice Aurora Flores. Le tiene porque, asegura, le salvo la vida. Este cráneo está con gafas de sol y cubierto de coronas de flores. “¿Cuál es su nombre?”, interrumpen dos mujeres que sujetan flores. “Martín Cirilo”, les responde doña Aurora. Ambas empiezan a rezar. El ritual es el mismo, los creyentes que no tienen calaveras vienen cada año a venerar y a pedirles favores a las calaveras.


Desde oraciones hasta prestes


Música, alcohol, comida, coca, velas y flores para venerar a la muerte. La Fiesta de las Ñatitas dura las 24 horas seguidas. Por la mañana los creyentes no pudieron hacer escuchar la misa a los restos humanos, pero recibieron la bendición.


Rosario Ruiz llevó al cementerio comida y bebida para festejar a “su” Johnny. Ella asegura que desde que tiene la calavera en su casa le va mejor y para agradecerle todos los martes y viernes le prende velas.


Una morenada deleita los oídos de los invitados. Es la canción favorita de los cuatro silenciosos anfitriones de la fiesta: Ilario, Dionisio, Cirilo y Nico. “Desde el 2004 les pasamos preste (fiesta), es por devoción, cuenta la dueña de las cuatro calaveras que además afirma que sus amistades y familiares se ofrecen como “pasantes”, es decir como organizadores del festejo.


“Todo el año nos han acompañado en nuestra casa. Todos los lunes les prendemos velas”, dice Jenny Altamirano, la preste 2008. Este año, ella y su esposo han preparado una fiesta en un local cerca al Cementerio General y lamentan no haber podido contratar una orquesta. Son las dos de la tarde. Los invitados comienzan a reunirse para seguir a un hombre delgado que sujeta un estandarte morado con letras negras y que lleva una calavera bordada.


Las abandonadas


Al otro extremo de la necrópolis, varios grupos de personas con sus invitados se acomodan cerca de las fosas donde se encuentran “los muertos olvidados”, para compartir comida, bebida y cigarros con las calaveras.


Los creyentes realizan fila para venerar el altar instalado por los trabajadores del Cementerio General que cada año abren las fosas comunes para sacar los cráneos de los muertos que ya no tienen una tumba propia. La gente lleva flores, alcohol, enciende velas y reza pidiendo favores. En unas cajas de cartón depositan una propina para los empleados del camposanto.


Dentro de un momento serán las tres de la tarde. Rosa Camacho está sentada en un promontorio de tierra cerca de dos fosas abiertas. Son 22 años que trabajaba en el camposanto. “Son las almas abandonadas de la fosa común, estaban enterrados y a las seis de la tarde los van a volver a enterrar”, dice la mujer que pide orden en la fila, para que todos puedan “visitar” a las ñatitas.


Las calaveras están acomodadas encima de una tabla. Los visitantes les prenden velas y les dejan flores. De una bolsa negra, un trabajador del lugar saca el cráneo de un niño. “Es un bebé”, dice. La concurrencia rodea la fosa para observar tal revelación. Otros continúan con sus oraciones, pues los devotos afirman que Dios les confiere atributos mágicos a los muertos olvidados.


“Mientras tenga vida y salud seguiré bailando la morenada”, dice el estribillo de la morenada que rompe con el silencio donde descansan los muertos. Los grupos musicales cobran hasta 30 bolivianos (unos cuatro dólares) por la tanda de cuatro canciones.


Son las tres de la tarde y una sombrilla azul cubre el altar de Javier y Sofía del imponente sol. Gonzalo Corona respeta el deseo que sus calaveras le expresaron en sueños: “No fuman cualquier cigarro, les gusta lo fino. Si les pongo Astoria (tabaco negro barato) lo apagan”. También les gusta el pollo con ají. “En sueños me han avisado”. Sonríe; las festejará todo el día porque sus calaveras lo protegen de todo mal.

AQU� EL TEXTO DE LA PRIMERA
COLUMNA DEL POST

AQU� EL TEXTO DE LA SEGUNDA COLUMNA DEL POST