“Mientras tenga vida y salud, seguiré bailando la morenada, porque cuando muera qué voy a llevar, solito en la tumba me voy a quedar”, se escuchar cantar. La música y el bullicio de la gente rompen con la tranquilidad del camposanto. Sin los honores del llanto que se suele escuchar en el lugar, la gente instala improvisados altares para las calaveras en una ceremonia que celebra la vida reverenciando a la muerte.
En el Cementerio General de la ciudad de La Paz cada año se realiza la tradicional Fiesta de las Ñatitas, un ritual pagano de veneración a los cráneos humanos que, según la creencia, protegen de todo mal a sus poseedores y a quienes tienen fe en ellos.
Después de la festividad de Todos Santos, el 8 de noviembre, miles de personas se vuelcan al camposanto llevando a sus ñatitas, llamadas así porque les falta la nariz.
Los rayos del sol iluminan el rostro de Marta Rojas, mientras sujeta con devoción a Guadalupe, su calavera. “Ella vive con nosotros 15 años. Es de la familia”, afirma al referirse al cráneo humano que en sueños le dijo su nombre y se mostró como la mujer que era en la vida terrenal.
En el templo del Cementerio General un empleado riega agua bendita. Algunas personas le preguntan si habrá misa. El hombre les responde: “Tiene que leer lo que dice allá” y señala un papel pegado en la pared. La noticia sorprende a los creyentes: “El Arzobispado de La Paz prohíbe dar misa y desconoce la práctica de la ñatitas”.
La liturgia católica se suspendió por primera vez; en años pasados, la Iglesia consentía esta tradición al dar la bendición a los cráneos, aunque aclarando que no se les daba misa, sino que sólo se leían pasajes bíblicos. Los creyentes esperan esta ceremonia para que sus ñatitas reciban la “palabra de Dios” y adquieran atributos divinos.
Algunas lapidas albergan los altares improvisados. Las ñatitas lucen sombreros, gorras y pañoletas. Otras tienen cajas de madera o urnas de cristal. Pero, también les preparan cajones cubiertos con aguayos (tejido indígena de diversos colores) o manteles.
“Las 24 horas tengo que festejarle su día a mi Martín Cirilo”, dice Aurora Flores. Le tiene porque, asegura, le salvo la vida. Este cráneo está con gafas de sol y cubierto de coronas de flores. “¿Cuál es su nombre?”, interrumpen dos mujeres que sujetan flores. “Martín Cirilo”, les responde doña Aurora. Ambas empiezan a rezar. El ritual es el mismo, los creyentes que no tienen calaveras vienen cada año a venerar y a pedirles favores a las calaveras.
Desde oraciones hasta prestes
Música, alcohol, comida, coca, velas y flores para venerar a la muerte. La Fiesta de las Ñatitas dura las 24 horas seguidas. Por la mañana los creyentes no pudieron hacer escuchar la misa a los restos humanos, pero recibieron la bendición.
Rosario Ruiz llevó al cementerio comida y bebida para festejar a “su” Johnny. Ella asegura que desde que tiene la calavera en su casa le va mejor y para agradecerle todos los martes y viernes le prende velas.
Una morenada deleita los oídos de los invitados. Es la canción favorita de los cuatro silenciosos anfitriones de la fiesta: Ilario, Dionisio, Cirilo y Nico. “Desde el 2004 les pasamos preste (fiesta), es por devoción, cuenta la dueña de las cuatro calaveras que además afirma que sus amistades y familiares se ofrecen como “pasantes”, es decir como organizadores del festejo.
“Todo el año nos han acompañado en nuestra casa. Todos los lunes les prendemos velas”, dice Jenny Altamirano, la preste 2008. Este año, ella y su esposo han preparado una fiesta en un local cerca al Cementerio General y lamentan no haber podido contratar una orquesta. Son las dos de la tarde. Los invitados comienzan a reunirse para seguir a un hombre delgado que sujeta un estandarte morado con letras negras y que lleva una calavera bordada.
Las abandonadas
Al otro extremo de la necrópolis, varios grupos de personas con sus invitados se acomodan cerca de las fosas donde se encuentran “los muertos olvidados”, para compartir comida, bebida y cigarros con las calaveras.
Los creyentes realizan fila para venerar el altar instalado por los trabajadores del Cementerio General que cada año abren las fosas comunes para sacar los cráneos de los muertos que ya no tienen una tumba propia. La gente lleva flores, alcohol, enciende velas y reza pidiendo favores. En unas cajas de cartón depositan una propina para los empleados del camposanto.
Dentro de un momento serán las tres de la tarde. Rosa Camacho está sentada en un promontorio de tierra cerca de dos fosas abiertas. Son 22 años que trabajaba en el camposanto. “Son las almas abandonadas de la fosa común, estaban enterrados y a las seis de la tarde los van a volver a enterrar”, dice la mujer que pide orden en la fila, para que todos puedan “visitar” a las ñatitas.
Las calaveras están acomodadas encima de una tabla. Los visitantes les prenden velas y les dejan flores. De una bolsa negra, un trabajador del lugar saca el cráneo de un niño. “Es un bebé”, dice. La concurrencia rodea la fosa para observar tal revelación. Otros continúan con sus oraciones, pues los devotos afirman que Dios les confiere atributos mágicos a los muertos olvidados.
“Mientras tenga vida y salud seguiré bailando la morenada”, dice el estribillo de la morenada que rompe con el silencio donde descansan los muertos. Los grupos musicales cobran hasta 30 bolivianos (unos cuatro dólares) por la tanda de cuatro canciones.
Son las tres de la tarde y una sombrilla azul cubre el altar de Javier y Sofía del imponente sol. Gonzalo Corona respeta el deseo que sus calaveras le expresaron en sueños: “No fuman cualquier cigarro, les gusta lo fino. Si les pongo Astoria (tabaco negro barato) lo apagan”. También les gusta el pollo con ají. “En sueños me han avisado”. Sonríe; las festejará todo el día porque sus calaveras lo protegen de todo mal.
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